Desde que llegué a Osaka que quiero escribir y no escribo. Mejor dicho, escribí en mi cabeza. Hace días que escribo en mi cabeza, pero no puedo agarrar ni el cuaderno, ni el ordenador, mucho menos el diario digital del móvil.
Quienes escribimos, lo hacemos todo el tiempo. Sobre todo cuando nos obsesionamos con un tema o cuando sentimos dentro nuestro que hay algo que tiene que ser escrito, es entonces cuando no paramos de escribir, ni siquiera cuando no estamos escribiendo. Van varios escritores a los que les escucho afirmar que, quienes escribimos, lo hacemos todo el tiempo, encontramos la forma, lo hacemos mentalmente, como si fuéramos máquinas de narrar la vida.
Pero la verdad es que recién hoy me siento a poner una letra seguida de otra.
Digo que desde que llegué a Osaka, pero hace semanas que vengo escribiendo en mi cabeza esto que quiero escribir y a lo que no puedo simplemente resumir en un título, pero que tiene que ver con los viajes, con los lugares que visitamos, con este viaje, y , sobre todo, con esta ciudad.
La idea apareció unas semanas antes de viajar, un día en el que mientras trabajaba en otra cosa, abrí mi cuaderno y escribí: “Querer conocer el mundo y seguir volviendo a los mismos lugares una y otra vez”. Somos nuestras contradicciones.
Osaka fue mi primer amor japonés, me encanta romantizar esa primera llegada. Era septiembre de 2019 y después de cuatro meses viviendo en Italia y con un mes intermedio de vida de pueblo en Inglaterra, llegué junto a mi pareja a Osaka.
La historia de ese viaje es larga y no viene al caso. Pero pasamos de dudar hasta el último minuto si Japón sí o Japón no, a vivir tres meses en este país que tardó cinco minutos en convencerme de que tenía algo, de que lo nuestro (lo de Japón y yo) era algo especial.
Quizás lo que vale la pena mencionar es que nunca antes Japón había estado entre mis prioridades, había muchos otros lugares del mundo que estaban antes en mi lista de pendientes, incluso algunos a los que quería volver.
Pero hay algo (o muchas cosas) que hacen que cada vez que yo vengo a este país me sienta como en casa.
“Como en casa”, lo escribo y no quiero, una frase tan manoseada, tanto que ya no sé bien lo que significa, una frase que me pone en conflicto. ¿Qué es casa a esta altura? ¿Se puede tener muchas casas? ¿Qué pasa cuando casa deja de sentirse como algo externo, deja de referirse al entorno?
Dudo y no me gusta, y borro y vuelvo a escribir “como en casa” porque aunque me genere contradicciones y cuestionamientos, no encuentro una forma mejor de transmitir esa calma y esa paz de estar en un lugar seguro, donde mi cuerpo, mi alma, mi sistema nervioso, se sienten seguros, incluso con toda la alteración, la lentitud mental y el peso del jetlag.
Es mi tercera vez en Japón. Esta vez, vine con más tiempo que la última, por varios motivos y por ninguno específico. La cosa es que tenía días para “aprovechar” e ir a conocer algún rincón que no conozco de este país, antes de encontrarme con el grupo de la segunda edición del Stationery Trip (el viaje de journaling y papelerías, edición Japón 2025), pero decidí casi sin pensar llegar a Osaka, una vez más.
Para los que nos gusta, viajar tiene esa cosa adictiva de querer siempre más. No me refiero a contar ciudades o países, eso queda en cada uno, me refiero a esa sensación de ver el mapa del mundo y sentir automáticamente algo en el estómago, mariposas le dicen algunos. Para mí es como un vacío que me dice “no tenés hambre, solo quiero que me llenes de experiencias en nuevos rincones del mundo”. Pero esos vacíos se van llenando y aparece algo con lo que no contabas: que a muchos de los lugares que conozcas, querrás volver. En un momento, te das cuenta que en tus antojos aparecen comidas que en tu casa no podés conseguir o replicar, o te viene a la memoria un olor particular, el de Tokyo, por ejemplo. Un domingo, tenés ganas de salir a caminar y te das cuenta de que el paseo que te gustaría dar es por aquel parque de aquella ciudad a la que alguna vez fuiste [insertar ciudad que se te haya venido a la mente].
Quizás me pasa a mí, quizás son las raíces arraigadas y esa costumbre de pasar casi todas mis vacaciones de la infancia en el mismo lugar, quizás es que ahora entiendo el porqué de esa costumbre, quizás es que sigo queriendo todo (conocer más lugares y volver a los que ya conozco) aunque ya haya aprendido que todo junto no se puede.
La cosa es que sin pensarlo, viajé a Osaka, para pasar mis primeros días de jetlag en esa ciudad que ya me conoce con jetlag. Y lo que siguió fue una serie de sucesos y cuatro días de insomnio, estupidez, sueños cumplidos y una felicidad de esa que se siente con toda la calma del mundo.
Sobre los viajes, el querer recorrer el mundo y volver una y otra vez a los mismos lugares tengo mucho más que escribir, quizás más adelante (decime si te gusta el tema). Ahora escribo esto desde mi cama en mi primera noche en Tokyo porque a pesar del jetlag, los últimos cuatro días me la pasé extrañando la escritura y me dieron ganas de compartir(me), pero honestamente es una forma de escribir para este espacio que no acostumbro (la de agarrar la compu e improvisar).
No prometo venir a hacer un diario de viaje online, al menos no esta vez, porque mi atención está en la experiencia que se viene con el nuevo grupo (¡¡que ya casi empieza!!). Pero espero que esta espontaneidad resuene con alguien, y sino, al menos el impulso me sirvió para volver a escribir.
Osaka
Mi primera feria de papelería en Japón
Al otro día de llegar, casi sin haber dormido y sin entender del todo en qué momento salí de mi cama en Barcelona y pasé a las calles de Japón fui a una de las ferias de papelería japonesa más importantes: Bungu Joshi.
Cinco horas mirando puestos, probando sellos, tocando papeles, intentando llegar a los productos que no quería perderme, haciendo filas y comiéndome empujones lindos (todo es amor y orden con las japonesas hasta que les ponés papelería en frente), cinco horas sin tomar agua porque en la zona de expositores no había baño y una vez que salías no podías volver a entrar (polémico).
Una experiencia increíble por muchos motivos:
Porque no deja de sorprenderme la variedad de productos, las cosas nuevas que aparecen y las antiguas a las que se les da nuevas oportunidades,
Porque conocí en persona a uno de los primeros ilustradores japoneses que conocí antes de mi primera vez en este país,
Porque por un momento miré a mi alrededor y era la única no asiática en medio de cientos de personas y me sentí muy afortunada por haber vivido ese momento,
Por la simpatía de cada expositor,
Por sentirme parte de una comunidad en la que todos hablamos el mismo idioma, el de la papelería, el journaling, el registro analógico de la vida (frikis nos llamarán los otros).
Para las amantes de la papelería como yo (y para quienes me lo pidieron en Instagram), este fue mi botín (haul le dicen ahora, ¿no?)
Gracias por leerme en esta entrega improvisada y por estar del otro lado.
Si hay algo de este viaje sobre lo que te gustaría que hable o cuente a futuro, dejame un comentario 🙂
Nos leemos,
Car
Uaaa!!! Adoro Osaka!!!. Mucha sana envidia. 😘 😘 😘
Osaka es una ciudad hermosa, de esas a las que quiero volver, justo por lo que contabas de esos sabores que solo se consiguen en ciertos lugares…