Postergué lo mas que pude lo que sabía que en algún momento llegaría.
Lo postergué no porque me diera pereza o porque no me pareciera importante sino porque sabía que eso a lo que debía enfrentarme era una verdadera misión imposible.
Cuando tenía 11 años me fui a un campamento de la parroquia a la que iba los sábados con amigos.
No me voy a centrar en la dinámica de esos sábados, pero para que te hagas una imagen mental, era lo mas parecido a un club que teníamos a mano. Había clases de canto, algunos hacían deportes, otros actividades creativas y debatíamos temas de la vida que no siempre estaban relacionados a la religión.
Funcionaba como un punto de encuentro, un lugar donde podíamos hacer actividades guiados por jóvenes un poco más grandes que nosotros que nos trataban bien y tenían una mirada de la religión bastante más flexible de lo que la mayoría de las personas se imaginan.
Yo para esa época ni siquiera me había puesto a pensar si realmente creía en Dios o no, mucho menos cuestionarme si quería realmente ser parte de esa institución. Para eso ya habría tiempo.
La cosa es que un invierno me fui de “campamento”. Le decíamos campamento pero en verdad íbamos tres días a Luján, a dos horas de casa, dormíamos en habitaciones con camas bastante decentes y no había nada parecido a una carpa.
Luján es una localidad de la Provincia de Buenos Aires donde hay una catedral y es un punto importante para la comunidad católica argentina porque es hacia donde se hace la peregrinación más grande del país. Nosotros íbamos tres o cuatro días, no más que eso y llegábamos en bus.
Recuerdo que me llevé la cámara de fotos que teníamos en casa, analógica claro, para registrar esos días. Podría decir que fue uno de mis primeros viajes “sola”, así que era un acontecimiento para registrar.
DOS carretes de 36 fotos cada uno. DOS ROLLOS (como le decimos en Argentina), para cuatro días a dos horas de casa.
Doy por hecho de que si estas leyéndome es probable que sepas de lo que estoy hablando, pero si naciste bastante después del ‘89 (mi año de nacimiento) quizás dos rollos de 36 fotos te parezca una miseria. Mmmm, pues no.
Lo gracioso vino después, cuando al recibir el revelado de esos carretes tomé conciencia de lo que había hecho.
Resulta que una mañana (o tarde, da igual) habíamos hecho una visita a la catedral. En una parte de la catedral había una especie de exposición de figuras de vírgenes, muchas. Se ve que algo me llevó a conectar con esas figuras porque no solo gasté casi un carrete entero en las vírgenes sino que tuve que hacer cambio de carrete en el medio de la visita porque NO ME PARECIÓ SUFICIENTE.
Recuerdo las cargadas de mamá y papá cuando recibimos los álbumes.
Pero ahora me doy cuenta de que eso fue tan solo el presagio de lo que vendría después. Es que lo de las vírgenes podría haber pasado con cualquier otra cosa: los árboles, las piedras, personas, daba igual.
Si lo analizo un poco no se si es que confío muy poco en mi memoria y por miedo a olvidarlo todo necesito registrar cada detalle o si es por culpa de esa obsesión por registrarlo todo que empecé a tener mala memoria. ¿El huevo o la gallina? Nunca tendré una respuesta.
La cosa es que necesito inmortalizar todo. No soy de las que no deja comer a nadie hasta que no hace la foto para el Instagram, de hecho comparto bastante poco en redes sociales. Pero si tomo muchas fotos y hago muchos videos.
Así como hago con las palabras, como lleno cuadernos sin parar y como chateo conmigo misma y hasta me mando audios por WhatsApp, también registro a través de imágenes. Lo hago con los viajes, con los grandes acontecimientos pero también con lo más cotidiano y ordinario.
Necesito grabar la imagen de ese rayito de sol que entra a la mañana por la ventana del living de casa, necesito guardarme los perritos con los que hago contacto visual por la calle, las risas de amigos, las caras de Tincho cuando está aburrido, los cambios de los árboles de mi cuadra en cada temporada, los cafecitos de las mañanas de los sábados, los mates perfectamente cebados, el ritmo del mar cada vez que voy a la playa.
Las fotos digitales son lo peor que me paso en la vida.
Viajar no me ayudó. Es que cuando recibo estímulos, visito lugares, me conecto con lo ordinario de cada lugar nuevo que conozco, se despierta el monstruo, no puedo controlarme.
La cosa es que hace casi un mes tuve que cambiar el teléfono y llegó el momento mas procrastinado de mi vida. No recuerdo haber pateado tanto una tarea como esta.
25000 fotos, mas de 5 mil videos. Hace meses que ya no tengo más espacio en iCloud, ya pago tres euros por mes para proteger todos esos recuerdos y me prometí que ese sería mi límite.
Es que NECESITO hacer limpieza.
Hace casi un mes que al menos día por medio entro a la sección de fotos del teléfono nuevo y me dispongo a borrar. Qué difícil.
Las fotos y videos de mi perro que son intocables.
Las fotos y videos de mas de dos años viajando por el mundo.
Las fotos y videos de mi visita a Argentina hace dos años y el no saber cuándo volveré.
Atardeceres, amaneceres, el buceo, la familia, el mar, la arquitectura catalana, Gaudí, mis amigos, el crecimiento de mis sobrinos.
La inspiración (la cantidad de pavadas que encontré guardadas bajo la categoría de “inspiración”)
Pude borrar bastante, pero me falta, sigo registrando mi día a día y la tarea se vuelve cada vez más difícil.
<Respiro>
Esta entrega no tiene remate. Llego a este punto y me pregunto si tiene sentido publicar esto.
Cada entrega tiene un punto que me hace pensar en que lo que estoy escribiendo es verdadera basura. El proceso creativo, dicen algunos, nos hace pasar indefectiblemente por esta etapa.
Después me hago algunas preguntas que definí casi sin darme cuenta y que funcionan como filtro para saber si publico o no lo que escribo.
¿Es esto parte de mi costumbre de escribir?
Y si, claro que lo es. Porque el día que recibí el teléfono nuevo, miré los dos aparatos y en el momento en el que en el nuevo apareció un cartel que me preguntaba si quería transferir todo lo del viejo a este… ahí pensé dos cosas:
Carla, hasta acá llegaste, vas a tener que hacer algo con todo esto
Carla, abrí ya Notion y ponete a escribir.
Fue automático. En ese momento en mi cabeza aparecieron las fotos de las vírgenes, las risas de mamá, mi amiga Mica, la cámara analógica, las papas que pelamos en el campamento, los 3 euros de cada mes, el número 25000, las cara de Rodi, el símbolo de alerta que me dice que ya no tengo espacio en iCloud, la necesidad de poner en palabras y el deseo de seguir procrastinando lo impostergable.
¿Es esto parte de mi costumbre de escribir?
Quizás esto sea lo que más representa a mi costumbre, mi necesidad de sentarme a poner en palabras la vida.
Para justificar la elección de venir a este espacio y de no ir a mi teléfono a seguir con la limpieza, te comparto algunas preguntas disparadoras para que en este fin de semana vuelvas a tu cuaderno:
¿Qué cosas acumulas casi sin darte cuenta?
¿Cuáles son tus obsesiones?¿Qué se esconde detrás de ellas?
¿Qué es lo que más procrastinaste en tu vida? ¿Y por qué? ¿Qué se escondía detrás de esa tarea?
Gracias por estar del otro lado, nos leemos pronto.
PD.: no me dejes sola en esto, ¿cuántas fotos y videos tenés en tu carrete del teléfono?
Yo borro. Porque veo la de mierda inútil que voy acumulando y suelo hacer limpieza 😂😂
Cuento las de la cámara? 100,000