La costumbre de estar en estado de supervivencia.
Y los recordatorios que necesitamos para volver a disfrutar del acto de escribir.
(Esta entrega se escribió bajo los efectos de la ansiedad, la incertidumbre y la frustración. Puede no ser perfecto en su gramática, incluso tener errores graves. Esta entrega es mi costumbre de escribir.)
Fecha de vencimiento de este texto: ni bien termines de leerlo.
Por lo general escribo sobre estas cosas en mi cuaderno y siempre en pasado, siempre cuando pude dar vuelta la página y cambiar el discurso, siempre cuando ya he dejado de sentir la presión en el pecho, cuando recupero un poco el optimismo que, creo, me caracteriza.
Nunca pude escribir mucho desde los picos de mi estado de alarma. Pero calculo que para eso también hay una primera vez, así como para hacer pública la vulnerabilidad que me deja sentirme, por momentos, tan rota.
No quiero hacer un drama de esto, porque aunque en los días malos me siento demasiado dramática y hasta me doy un poco de vergüenza a mí misma, la verdad es que en el fondo sé que esto es una mierdita pasajera, de esas que cada tanto nos visitan.
Hace unos meses no hubiese elegido hablar de esto por acá, de hecho elegí no hacerlo, pero mentiría si les dijera que mi costumbre de escribir está intacta, firme, estable y, al final, cuando creé este espacio me comprometí a compartir mi experiencia y mis herramientas para construir y vivir la propia costumbre de escribir. Así que acá estoy, siendo fiel a ese compromiso.
Aunque Burn Out sea un término muy asociado al trabajo, llevo semanas usándolo para describir lo que me pasa. En castellano no sé bien cómo decirlo, a veces le digo ”estado de alerta, de supervivencia, de emergencia”, aunque quizás lo más correcto sería usar la traducción exacta: ”estoy quemada”, sólo que no exclusivamente por lo profesional (hola a todos los migrantes que mientras leen esto se sienten identificados). Si me lo permiten, acá lo voy a seguir llamando burn out.
Sobre el burn out que estoy atravesando podría decir muchas cosas, seguramente sin un orden, bastante confusas y una mezcla de muchas ideas que me es imposible sostener. Lo que tiene de difícil escribir sobre esto en tiempo presente es que las ideas no salen tan ordenadas, porque aún no pasó el tiempo como para poder ver las cosas con perspectiva. Por eso no viene al caso dar detalles, hablemos de escritura.
Cuando me dispuse a escribir en los momentos pico de ansiedad y angustia me di cuenta de que no podía construir párrafos con sentido, escribía oraciones sueltas sin un hilo conductor, a veces palabras, a veces frases muy largas. Y en casi todos los casos, dejaba de pensar eso que afirmaba en mi cuaderno a los cinco minutos de haberlo escrito. El cambio de ideas, de percepción de las cosas es normal. Y, a decir verdad, quizás eso es lo que más ganas de escribir me está dando ahora mismo, saber que en el momento en el que estoy dejando cada una de estas letras sobre el papel, ya quedaron obsoletas. Son como esos productos que a veces encuentro en el supermercado rebajados de precio porque la fecha de vencimiento es próxima, con la diferencia de que mis pensamientos, emociones e ideas de este momento, aunque sean breves, tienen la misma validez que las de cualquier otro momento.
Pero algo que aprendi es que este “burn out” puede verse y sentirse de muchas maneras (gracias terapia).
A veces se ve como una acumulación de audios y mensajes de gente que quiero mucho y que me gustaría responder al instante, pero que tardo mucho en leer, escuchar y responder, sin una justificación más que todo me parece demasiado, todo me cuesta demasiada energía. Todo, para mí, requiere un espacio y un tiempo determinado y una velocidad mucho mas lenta que esa a la que parece ir el resto del mundo. Entonces voy por la vida clavando vistos.
Otras veces este burn out se transforma en un podcast secreto por audios de Whatsapp con una amiga que está en este mismo estado de supervivencia del cual a veces siento que no puedo (podemos) salir. Digo “a veces”, porque hay otras en las que puedo ver la luz, puedo confiar, puedo valorar todo el camino recorrido, los logros, las cosas maravillosas que pasan.
Cuando esos podcast aparecen, necesito escuchar con el volumen en alto, con el cuaderno abierto y con la lapicera en la mano.
Es que hay días que puedo poner todo en palabras y hay días en los que llevo mi cuaderno de acá para allá sin tener ni siquiera la intención de abrirlo. Pero en cualquiera de esos días, si aparece un audio podcast de mi amiga, voy al cuaderno y tomo notas. Nunca se sabe cuándo puede aparecer el recordatorio con las palabras exactas que necesito.
“Queremos disfrutar de la vida, queremos sentir el viento”, anoté en mi cuaderno cuando hace unos días escuchaba un audio de 15 minutos, en uno de esos días complicados en los que el “para qué” se pierde, se esconde entre la información que recibo de afuera, entre lo que se supone que tengo que querer, entre lo que se supone que tiene que conformarme.
Quizás ese haya sido el recordatorio más importante. Porque “disfrute” queda fuera del juego cuando no podemos salir de ese estado de supervivencia y eso afecta directamente a la costumbre de escribir.
El jueves pasado fui a escuchar a Mariana Enriquez a la Biblioteca Jaume Fuster. Cuando me acerqué para que me firme su último libro, Un lugar soleado para gente sombría conversé con ella y le transmití algo que siento siempre que la escucho. A veces quienes escribimos buscamos inspiración en lo difícil, en los escritores de la literatura compleja, en lo que va por fuera de los lugares comunes, “en lo volado” (como me dijo Mariana), y nos olvidamos de que en lo cotidiano, está la mayor (y mejor) fuente de inspiración, pero también, nos olvidamos del factor disfrute y del factor diversión.
No soy una gran seguidora de Mariana, lo confieso, aunque me gusta su escritura, me genera sentimientos encontrados. Pero cuando supe que venía a hacer gira de presentación supe que quería ir a escucharla.
Ahora lo entiendo, como cuando tomo nota escuchando los audios de mi amiga R., fui a escuchar a Mariana en busca de un recordatorio: que escribo, también, para divertirme.
Soy la primera en hablar sobre los aspectos terapéuticos de la escritura personal, en la importancia de tener un hábito de escritura, o al menos un diario a donde ir cada tanto. Pero la escritura no es solo eso, como la vida no es estar todo el tiempo en estado de supervivencia. Y a veces es necesario un audio de 15 minutos de una amiga, o una conversación con una escritora consagrada para recordar que la costumbre de escribir puede ser muchas cosas al mismo tiempo, pero antes que nada, debería ser disfrute.
Y vos, ¿por qué escribís?
Nos leemos.
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