Nada es completamente algo.
Las dudas y contradicciones de la escritura pública. Los duelos en etapas. El disfrute a la fuerza.
Las semanas en las que pasamos de un mes al otro me inspiran tanto como me abruman. Abro mi correo y cada día me llegan decenas de newsletters y notificaciones. Cierres, comienzos, cartas, todo a la vez. Muchos me inspiran, pero en ese momento también identifico lo que ya no me representa, no me aporta nada nuevo, me genera ansiedad, o siento que solo suma un número al circulito rojo que no soporto ver en el logo de la aplicación.
A todo lo que me suscribo lo hago con total consciencia, no dejo mi dirección en cualquier lado, aunque, a decir verdad, tampoco llego a leer todo lo que me gustaría. El principal motivo es que me da cada vez mas rechazo la pantalla. Estoy leyendo libros como nunca antes, paso de uno a otro sin pausa. No me tomo un tiempo para registrar lo que leo en algún lado (aunque me gustaría), en cuanto llego al punto final, tengo el siguiente libro esperándome.
Me pone bastante contenta estar viviendo más el mundo offline, aunque eso implique, entre otras cosas, escribir menos en este espacio.
Sé que si quiero cumplir con ciertos deseos, necesito encontrar un mejor equilibrio, pero hace tiempo que vengo trabajando en la construcción de una disciplina impulsada por el deseo y no por el deber. “Cada deseo que pasas a la lista del ‘tengo que’, es un derecho que te quitas”, me dijo M, mi psicóloga, hace meses y lo grabé como mantra en mi cerebro.
Es el primer sábado del mes de agosto y acá estoy, yo también, escribiendo mi entrega. No lo hago porque estemos empezando un nuevo ciclo de cuatro semanas, ya te debes haber dado cuenta que no tengo un calendario para este espacio (quisiera…), pero definitivamente hay algo, llamémosle energía, que hace que muchos nos sentemos frente al teclado más o menos al mismo tiempo.
No quiero ser un correo o una notificación más en la semana en la que todo el mundo hace su descargo online, sobre todo no quiero ser un punto más en el tablero de la ansiedad de alguien, pero tampoco quiero dejar de escribir cuando lo siento.
Hace tiempo descubrí que entre todos los condimentos que forman a mi costumbre de escribir, hay dos que aparecen siempre en la misma medida: mis dudas y mis contradicciones.
Definir un calendario o escribir solo cuando lo sienta.
Escribir una vez al mes, por quincena o por semana.
Seguir de cerca los newsletters que me resultan interesantes, darme de baja de todo y dejar mi casilla en blanco.
Desde que empecé a escribir en este espacio que tengo una lista de temas e incluso de borradores de artículos que quiero publicar. Es una lista como la de los libros que quiero leer, una lista que siempre crece, nunca disminuye.
Las últimas semanas aparecieron muchos temas dignos de tener su propia entrega. Me gusta darle a cada uno su espacio y su protagonismo. Pero me doy cuenta de que, de esa manera, hay palabras que procrastino, guardándolas en un cajón, la mayoría para siempre.
Así que hoy vengo a hacer que esa lista infinita se achique un poco, compartiéndote dos temas sobre los cuales escribí mucho en el último tiempo.
Duelos en etapas.
Hace poco más de un año tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida. Decidí dejar el trabajo que me hacía feliz porque no logré encontrar la forma en la que ese trabajo me permitiera vivir la vida que quería.
En un momento en el que emprender parecía la mejor de las opciones, lo intenté y lo hice. Lo hice además, con la mejor compañera que podía pedir, con la que siempre había querido hacerlo. Pero llegó un punto en el que me di cuenta de que, aunque sabía lo que quería, lo que me gustaba, me apasionaba y muchas otras cosas; aunque había aprendido sobre muchísimos aspectos de un negocio que hasta el momento no sabía, y aunque había tenido momentos muy buenos, los resultados no eran los que esperaba y tuve que reconocer, que tampoco estaba disfrutando del proceso.
No pretendo escribir demasiados detalles sobre el hecho en sí mismo, eso queda en mis cuadernos y en los miles de audios y conversaciones con mi compañera. Pero estas últimas semanas, pensé y escribí (sinónimos para mi) mucho sobre el tema y creo no haber leído nunca a nadie hablar de este duelo: el duelo de poner un punto (ya sabré si aparte o final) a un proyecto en el que has depositado mucho más que tiempo, dinero y energía, donde has puesto toda la ilusión de una forma de vida creada desde el deseo.
Desde la decisión hasta hoy, pasó poco más de un año y si bien creo que el duelo empezó, sin saberlo, mucho antes de la decisión en sí, hace poco me di cuenta que no estaba ni cerca de terminar (si es que se termina).
Al principio, pensé que lo que estaba duelando era una etapa (compuesta por muchas aristas): una marca, una empresa, una dinámica de trabajo, un equipo. Pero la angustia se sentía mucho más profunda y duradera, como si dentro mío, mi mente pensara que lo que duelaba era a mí ‘yo emprendedora’. Aunque una parte de mí sabía que no, la otra estaba convencida de que había perdido LA oportunidad emprendedora, como si solo tuviéramos una en la vida.
Durante mucho tiempo intenté no pensar demasiado en el tema, mi mente en estado de supervivencia creyó que una forma de protegerme era dar por terminada esa etapa para poder seguir adelante sin pausa. Pero hace un par de meses, el tema volvió a mis pensamientos en forma de recuerdos, sueños y nostalgia. Y ahí lo entendí, había varios duelos en donde yo creía que solo había uno y, al parecer, cada uno tenía sus propios tiempos.
Hace un rato, tomaba un café con Sofi, una de esas personas maravillosas que Barcelona te pone en el camino, y hablábamos de los duelos de la migración y de sus tiempos (nunca imaginas que vaya a durar tanto y cuando crees que estas terminando esa etapa, pum, aparece algo más que duelar) y me dijo, “es como cuando te haces un corte de pelo heavy, tardas al menos tres días en asimilarlo”. Automáticamente pensé en mi escritura, en todos los duelos que atravecé en los últimos 4 años y en este en particular, que pensé que había terminado hace tiempo y que me doy cuenta que aún sigue vigente, en mis pensamientos y en mi escritura.
Creí que estaba duelando toda posibilidad de crear una vida a mi medida, cuando simplemente, estaba duelando una etapa de mi vida profesional. No le quito fuerza ni importancia, ya dije que esa etapa incluyó muchas aristas importantes. Pero volviendo a este espacio y sin dar más vueltas, lo que quiero decir es que, sin mi escritura, sin este hábito, quizás hubiese estado años sin darme cuenta que había algo que por dentro seguía doliendo mucho y que necesitaba algo más que un ibuprofeno.
¿Será que hay procesos de duelos que siempre quedan abiertos, no como una herida sin cicatrizar, sino como un recordatorio del camino recorrido?
Una vez, M me dijo: “un duelo no se termina cuando ya no escribes sobre el tema, un duelo empieza a cerrarse cuando lo que escribes ya no está cargado de enojo y tristeza, sino que aparece la gratitud y los lindos recuerdos”.
Forzar el disfrute: el mejor regalo a una misma.
Nunca se está del todo triste ni del todo feliz.
Nunca se está toda una semana con ansiedad, ni toda una semana en completa calma.
Digo se está, pero pienso estoy. Digo se está porque estoy segura de que no estoy sola. Digo se está porque no quiero sentirme sola.
Las secuelas de estar mucho (algún) tiempo mal -digo mal, pero quiero decir con ansiedad y depresión- es que conectar con el disfrute puede ser una de las tareas más difíciles de encarar. Sea disfrute el no hacer nada sin remordimiento o hacer un plan que te hace feliz con tranquilidad. Sea disfrute mirar una película sin estar pensando en otras 150 cosas al mismo tiempo, comer algo rico sin culpa o dormir una siesta sin pensar en un potencial insomnio nocturno.
Hace muchos años, en un día carente de inspiración pero con las suficientes ganas (o necesidad) de escritura, apareció en mi buscador un señor italiano. Desde entonces, es mi compañero de escritura, de llantos, de calma, de relajación, de concentración. Su música me genera tantas sensaciones que hasta me cuesta explicarlo. ¿Alguna vez has sentido una vibración en la cabeza, como un cosquilleo, al escuchar una canción? ¿Has experimentado la piel erizada por la belleza de una obra de arte? A veces lo escucho con auriculares, sintiendo como si estuviera tocando el piano solo para acompañarme en lo que sea que esté sintiendo en el momento; a veces pongo videos de sus conciertos, y quedo atrapada en ese presente.
Hace varios meses, abrí Instagram y vi la publicación que anunciaba la participación de Ludovico Einaudi en un festival de Sitges y la venta de entradas al día siguiente. Compré mi ticket sin ver la fecha exacta del concierto, sin saber nada más que Ludovico estaría dando un concierto demasiado cerca como para perdérmelo. Demasiado cerca como para no cumplir un sueño. No soy de esas personas, más bien todo lo contrario. Soy de las dudas, de las mil vueltas, en especial cuando se trata de gastar dinero. Pero fue como si algo en mi interior me empujara a hacerlo así.
Faltando semanas para el concierto, comprobé la fecha y ahí fue cuando mi cerebro dañado por tanto malestar, empezó a aferrarse a esa maldita ansiedad. El concierto que estaba segura de que sería un sábado, sería un miércoles, en un pueblo al que tenia que llegar en tren, a una hora en la que la vuelta en tren dejaba de ser una posibilidad. Un día antes del concierto y después de semanas de VERDADERO ESTRÉS ante la posibilidad de tener que ir a trabajar casi sin dormir, resolví reservar una habitación en un hostal de Sitges para poder ir a trabajar al día siguiente sin sacrificar mi descanso. (Me leo y pienso que para muchos esto puede sonar exagerado o inflexible o gracioso, quién no ha sacrificado horas de descanso por pasarla bien, confío en que habrá quienes entiendan perfectamente mi estrés).
Tomé una decisión a la fuerza, porque iba a regalarme ese concierto, esa tarde, esa cita, aunque tuviera que pedirle a alguien que me llevase arrastrando de los pelos.
La escritura puede ser muchas cosas, entre ellas, una ayuda para conectar con la felicidad que puede darnos algo simple: ir a un concierto que nos hace ilusión, por ejemplo.
A continuación, quiero compartirte parte del registro de esa tarde, donde me obligué a mí misma a hacer algo por disfrute, sin ningún otro fin más que pasar un buen momento.
Día del concierto, Sitges, camino hacia los jardines de Terramar, paro en un chiringuito frente al mar, “patatas bravas y una caña, por favor”:
”Me regalo disfrute a la fuerza. ¿Cómo puede costar tanto el disfrute cuando se siente tan bien?
Definitivamente para el cerebro hay algo mucho más adictivo en el sufrimiento que en la diversión. Pienso en las vueltas que di, en los problemas o complicaciones que encontré donde en verdad no los había. Pienso en cómo estuve a punto de arruinarme este plan por aferrarme al estrés. Me pregunto si en algún momento fui capaz de vivir y celebrar la vida sin ataduras.”
50 minutos para el inicio del concierto, sentada en mi asiento, el auditorio casi vacío:
“Todo lo demás que compone al festival no me interesa. Estoy sola, ya comí, hay mucha gente, hay mucha gente bien vestida y yo no, yo estoy normal, no vine a una fiesta, vine a dejarme atravesar por la música. Cuando escribo con Ludovico siento que mi escritura es mejor. Pienso que el arte tiene la capacidad de potenciar a otros artistas, de mostrarles que también pueden.
Estoy nerviosa y sensible. Mis ojos están inundados desde que entré al auditorio. Me pregunto si es todo lo que vengo atravesando los últimos años que me hace exagerar. Me respondo que no, que no me olvide de que mi sensibilidad es un tesoro. Esa que durante mucho tiempo pensé que me hacía ver débil, que durante mucho tiempo quise cambiar para no ser ‘tan exagerada’, esa que ahora ya entendí que es una de mis mayores fortalezas. Esa sensibilidad, hizo que se me erice la piel la primera vez que escuché una de sus canciones y hace que mis palabras fluyan cada vez que lo escucho. Y estoy acá sentada, esperando, y veo a la gente llegar y veo cómo somos muchos los que sentimos con fuerza, los que nos emocionamos por este momento, y ya no me siento tan sola, ni tan loca, ni tan rota.”
Una hora después del show, en una cama angosta de un hostal del centro de Sitges:
“Acabo de llegar, quiero dormir porque mañana me tengo que levantar temprano, pero no sé cómo hacerlo, en este momento no me acuerdo cómo lo hago todos los días, con tanta facilidad.
Yo, que siempre fui de conectar con la música de letras profundas, que siempre conecté con la música si eso también incluía en algún punto sus letras, al menos un verso. Yo que me enamoré de músicos poetas, algunos de los cuales, incluso desafinaban o eran en verdad detestables. Yo que soy de las palabras, acabo de llorar durante dos horas de concierto sin letras, acabo de llorar de la emoción que me provocó una música que me acompaña hace unos cuantos años, que es mi compañera de escritura, que es mi inspiración cuando estoy bloqueada, que es mi compañía cuando necesito que todo salga hacia afuera, que fue testigo de historias, de emociones puestas en palabras, de pensamientos ordenados en oraciones, que fue testigo de lágrimas y risas, de juegos y de bloqueos, míos y de tantas mujeres que pasan por mis encuentros.
La música instrumental, sin voces ni letras, tiene el efecto suave de lo sutil. Crea un ambiente sano, calmo, ideal para conectar con todo eso que llevamos dentro, no te da ningún mensaje explícito, te da libertad, te permite fluir. No pone en palabras lo que aún tú no has podido nombrar, no fuerza la explicación, la lógica, la intelectualización de la emoción. La música instrumental crea un espacio para sentir sin presión y te acompaña en el proceso de entender(te), te acompaña en un momento que es propio, auténtico. Cuida lo individual, lo que es único e irrepetible. Te saca del laberinto mental sin utilizar como herramienta la distracción, sin evadir, simplemente sintiendo.
Quizás, después de tanto buscar en palabras de otros a mis propios sentires, necesité a Ludovico para que simplemente musicalice y haga aún más bonito, este recorrido de poner mi vida en palabras.”
¿Cuándo fue la última vez que te regalaste disfrute?
Gracias por llegar hasta acá.
Nos leemos,
Car
Hermoso lo que escribis y cómo lo escribís. También me transportaste hasta Sitges y a ese recital.
Me encantó cómo pusiste en palabras lo de los duelos; múltiples duelos y muchas veces "en cuotas". Me resonó mucho eso que resaltaste si será que hay procesos de duelos que quedan abiertos, como recordatorios del camino recorrido... me dejó pensando en muchas decisiones que he ido tomando, de vida y profesionales. Un abrazo
Qué brutal leerte.
Casualidades de la vida hoy cierro una etapa profesional y, aunque es una decisión meditada y espero que acertada, abro duelo, a ver qué tal.
Gracias por estas palabras 🫶