Hace un mes que tengo escrita una entrega con este mismo nombre y no la publico. Cada vez que entro a mi cuaderno digital donde escribo para este espacio, leo, modifico, agrego, quito. Tardé bastante en darme en cuenta de que esta vez no estoy procrastinando, es que lo que escribí no es lo que quiero compartir. Así que, por primera vez, borro todo y empiezo de vuelta.
Aprovecho la lluvia tímida de este sábado en Barcelona no solo para sacarme a pasear en silencio y llevarme a comer rico y sano a mi lugar preferido, sino para sentarme en un rinconcito a (re)escribir esta entrega desde un lugar de mayor disfrute.
El tema sobre el que quiero hablar hoy sigue siendo el mismo que hace un mes, a decir verdad, es el mismo tema sobre el que empecé a escribir exactamente el mismo día en el que envié la entrega anterior.
Sabía que si hablaba de diarios tenía que también hablar de silencios. Nuestra escritura es también lo que elegimos no escribir.
Cuando escribimos diarios, no escribimos nuestra vida con lujo de detalles.
Hay personas sobre las que no escribimos.
Hay dolores sobre los que no escribimos.
Hay recuerdos sobre los que no escribimos.
Hay momentos de la vida sobre los que no escribimos.
Hay preocupaciones que no mencionamos.
Miedos a los que no queremos darle más lugar del que ya ocupan.
Hay alegrías que no registramos.
No escribimos todo lo que sentimos por una persona.
A veces escribimos solo lo que nos molesta.
A veces solo lo que nos hace bien.
Nuestros diarios son un recorte de la vida.
Hay temas sobre los que no hablamos con nadie, sobre otros hablamos con ciertas personas. Nadie muestra toda su verdad en redes sociales y resulta imposible que el diario de una persona sea un reflejo exacto de la realidad.
Tengo cincuenta y cuatro años, la edad que mi madre tenía al morir. Recuerdo esto: nosotras acostadas en su cama, cubiertas por una cobija de lana. Le sobaba la espalda, sintiendo cada vértebra con mis dedos como si fueran peldaños en una escalera. Era enero y desde afuera un frío despiadado se nos venía encima. Pero adentro, la ternura y la claridad mental de Mamá transmitían su propio calor. Estaba muriendo del mismo modo en que vivía: a conciencia.
“Te voy a dejar todos mis cuadernos”, dijo mirando hacia la ventana cerrada mientras yo seguía sobándole la espalda. “Prométeme que no vas a verlos hasta que me haya ido”.
Le di mi palabra. Luego me dijo dónde estaban. Yo no sabía que mi madre escribía diarios. Murió una semana después. Esa noche hubo luna llena con un halo de cristales de hielo.
Durante la siguiente luna llena yo estaba sola en la casa de la familia. Sentía que mamá aparecería en cualquier momento. Su ausencia se convirtió en su presencia. Era el momento adecuado de leer los diarios. estaban exactamente donde dijo que estarían. Tres estantes de hermosos cuadernos forrados en tela (…). Abrí el primer cuaderno. Estaba vacío. Abrí el segundo cuaderno. Estaba vacío. Abrí el tercero. También estaba vació, como el cuarto, el quinto, el sexto - estante tras estante tras estante, todos los cuadernos de mi madre estaban en blanco.
Así empieza Cuando las mujeres fueron pájaros de Terry Tempest Williams, uno de los últimos libros que leí en 2024 y que me inspiró a escribir sobre el no escribir. Un libro sobre la voz, tener una voz y elegir el silencio, las mujeres, las convicciones, el registro de la vida y el deseo de una existencia de la que no queden registros.
Una madre que pese a ser parte de una cultura mormona que le decía que tenía que escribir diarios para la posteridad, eligió guardarlos sin estrenar. Una hija que no concibe la vida sin la escritura. “Estas palabras escritas a mano en las páginas de mi diario confirman que, desde una edad muy temprana, cada encuentro de mi vida ha sido una experiencia doble: primero en el mundo, luego en la página”.
Pienso que la escritura no puede ser impuesta, cuando la escritura es impuesta aparecen silencios, silencios como resistencia, silencios rebeldes.
Era hoy que tenía que cortar con tanto silencio.
No es casualidad que hoy retome esta entrega. A pesar de haberme ido a dormir anoche temprano, muy cansada y con la intención de dormir todo lo que fuera necesario, a las 7:30 me desperté sin despertador y con las imágenes intactas en mi cabeza de un sueño inesperado. Casi nunca me acuerdo de los detalles de mis sueños, cuando me pasa lo que me pasó hoy, no lo dudo, voy al cuaderno. Sin embargo, hoy fue diferente, estuve varios minutos sentada en mi cama con el cuaderno abierto dudando si registrar o no ese sueño. Mientras una parte mía quería aprovechar el impulso y poner en palabras esa historia de mi inconsciente, la otra pensaba en un millón de razones inventadas para no hacerlo.
Las dudas a veces se convierten en silencios.
Siempre que escucho a Leila Guerriero hablar sobre su escritura, pero más precisamente, sobre la etapa previa, la de entrevistar a las personas protagonistas de las historias sobre las que escribe, la escucho decir que el periodismo narrativo se trata, sobre todo, de observar y escuchar. De escuchar no solo lo que la persona dice, sino, sobre todo, lo que la persona no dice.
Lo que no decimos y lo que elegimos no escribir en nuestros diarios dice mucho de nosotros y en la escritura (también) hay muchos tipos de silencios. El miedo a ser leído, la necesidad de proteger ciertos aspectos de la propia existencia, el rechazo a darle entidad a eso que preferiríamos no experimentar.
A veces siento que me cuestiono mucho las cosas, y en esos momentos se me ocurre pensar que quizás sería una buena idea dejar de escribir, al menos por un tiempo.
Un diario en blanco puede ser el silencio de una madre mormona o un mundo de posibilidades para una hija que no termina de entender la vida si no escribe. Un diario escrito puede ser un refugio o una amenaza a la privacidad. Escribir un diario puede liberar espacio en nuestra mente, aportarnos calma o alimentar nuestros demonios. Un diario, para mí, es siempre todo eso. De cualquier manera, no podría no escribir, así como no podría evitar ciertos silencios.
Al papel
Esta es la primera vez que me siento a escribir sobre no escribir. Sin embargo, soy consciente de mis silencios. Sé exactamente sobre qué cosas no escribo, qué temas esquivo, o qué aspectos de la vida vivo con tanta presencia que simplemente se me olvida la existencia del cuaderno.
También sé que esos silencios cada vez son menos, que, eventualmente, sobre todo termino escribiendo, más temprano o más tarde, me lo termina pidiendo el cuerpo.
Estoy convencida que, como la lectura, la escritura nos construye y nos transforma.
No sería la persona que soy si no hubiera leído todo lo que he leído, pero sobre todo no sería la persona que soy si no hubiera escrito todo lo que llevo escrito, y estoy segura de que no sería la persona que soy hoy si hubiera escrito lo que elegí callar.
Hoy te invito a reflexionar sobre tus silencios, dedícale tiempo a tu escritura, a observarla, revisa tus diarios, lee fragmentos, encuentra repeticiones y enciende la antena que identifica las alegrías no contadas, las tristezas evitadas, las personas ausentes.
Casi siempre te invito a poner el foco en la identificación de tus propios temas y obsesiones. Hoy miremos exactamente para el extremo contrario…
¿Cuáles son tus silencios?
¿Qué callas?¿Por qué?¿Te asusta o te da rechazo la posibilidad de ser leída, o simplemente no sientes la necesidad de registrarlo?
¿A cuáles de todos esos silencios te gustaría empezar a darles lugar en tus diarios?
Gracias por llegar hasta acá, si lo sientes, te leo en comentarios.
Car
Pd.: me doy las gracias a mí misma por haberme dado silencio, hoy y durante todo este tiempo, por no caer en la presión externa del tener que publicar, por mantenerme firme en el sentido que para mí tiene todo esto. A veces me da miedo que Substack colapse, como todo lo demás, a veces dudo si tiene sentido seguir. Por ahora sigue siendo el único espacio de este universo digital donde me siento cómoda.
Me gustó la imagen de quiénes somos en el papel: cómo nos retratamos, qué nos autorizamos a registrar. Y es una magia que, sí o sí, sólo ocurre en el silencio.
Gracias Car por compartir esta entrega, me resonó un montón y - como siempre - movilizante en el momento justo.
Me quedo con esta frase que caló hondo : "estoy segura de que no sería la persona que soy hoy si hubiera escrito lo que elegí callar".
A reflexionar sobre lo que no escribimos. Again, gracias, gracias, gracias.