Durante mucho tiempo estuve muy (demasiado) convencida de algo: soy una persona que hace cursos y talleres, soy una eterna alumna.
Amo profundamente esa parte de mí que tiene la curiosidad siempre alerta. Pero esa idea arraigada a mi cabeza (y sólo a mi cabeza) arrastraba otra “certeza”: soy una persona que asiste a cursos y talleres, no soy una persona que pueda dictar talleres.
Una sentencia. Si soy una cosa, no puedo ser la otra.
Una ley que, por supuesto, aplicaba únicamente a mí.
Mucha terapia, un taller maravilloso sobre el síndrome de la impostora y un viaje a Japón después, empecé a entender que dar talleres no se trata de ser una persona experta en todo lo que envuelve a una disciplina, que no se trata de tener todas las respuestas y que mi procrastinación no era nada más que miedo.
La semilla.
Bajaba el sol, una tarde de calor demasiado fuerte para ser primaveral en Kurashiki, un barrio antiguo que parece sacado de una película animada de Studio Ghibli. Salí a caminar sola. Subí las escaleras que llevan al templo en lo más alto de la zona, desde donde se ven todos los tejados grises.
Ya había estado ahí, ya conocía la energía de ese lugar. Esa tarde, mientras las otras nueve mujeres que viajaban conmigo también recorrían el pueblo a solas siguiendo mis primeras indicaciones del taller, supe que tenía que subir ahí. Necesitaba de esa calma.
Una hora después nos encontramos, nos sentamos en ronda en un espacio improvisado del hotel y empezamos a escribir.
Esa tarde lo vi clarísimo. Soy la asiste a talleres y también puedo ser la que los crea.
En muchas otras ocasiones me había visto frente a grupos enseñando, compartiendo y transmitiendo conocimiento. Pero claro, bajo el paraguas de lo empresarial y profesional, esos entornos para los que nos preparan a lo largo de años y años de educación formal. Cuando entendí que había un montón de cosas que hacía por hobbie, que en verdad eran parte de mí y que podía ponerlas sobre la mesa para compartirlas con otros, recién ahí fui capaz de combinar todos mis intereses.
Y aunque aún estoy atravesando esa transición y por momentos caigo en la necesidad de definirme de una u otra manera, hoy tengo el foco en construir mi vida más alineada a TODO lo que quiero, me gusta hacer y creo que puedo aportarle a los demás (spoiler: es mucho más difícil de lo que nos cuentan por redes.)
De Japón hasta hoy pasó más tiempo del que siento (para mí fue ayer), pero sigo midiendo las cosas como previas o posteriores a ese viaje. Empiezo a aceptar que quedará por siempre como momento bisagra que servirá de medida para los acontecimientos de mi vida. Antes y después de recibirme de la universidad, antes y después de renunciar a mi trabajo de años para irme de viaje, antes y después de Marruecos, antes y después de migrar, antes y después del viaje de journaling y papelerías a Japón.
Mi idea no era que esta entrega se tratara de mí, pero ya sabes que en este espacio no intento ser breve. No quiero aburrir, pero siento que acá puedo darme el permiso de contar las cosas con el detalle que se merecen y siento que la noticia que traigo hoy, se merece el detalle de la semillita de la cual todo empezó a brotar: esa tarde, en ese lugar histórico, viendo a 9 mujeres escribir a partir de mis ideas.
Al papel.
Así que ahora, para cortarla con tanta autoreferencia, te propongo que vayamos al cuaderno.
¿Cuáles son tus momentos bisagra? ¿Cuáles son tus referencias temporales?
Te invito a hacer memoria, piensa en las conversaciones que tienes, en las historias y anécdotas que sueles contar. Escribe todas las que recuerdes, las que usas mucho y las que no tanto. Si te sale desarrollarlas, hazlo. ¿Son momentos específicos?¿Son situaciones o cierres de etapas?
Una vez que las tengas identificadas piensa en qué contextos usas cada una de esas referencias, con qué personas. Te darás cuenta que no con todo el mundo utilizas las mismas.
Si lo haces, cuéntame si has descubierto algo que dices de manera automática, sin darte cuenta.
EL anuncio.
Hace un tiempo hice un taller de escritura porque necesitaba reconectar con la escritura sin que se me cruce por la cabeza publicar. Lo que encontré fue mucho más que eso, fue la oportunidad de leer literatura perfectamente escogida para la ocasión, conocer personas con una sensibilidad y una vulnerabilidad dignas de admiración, pero sobre todo, me encontré con Marina, su creadora, con la que conectamos automáticamente y decidimos crear el retiro de nuestros sueños.
Te invitamos a un retiro en las afueras de Barcelona, donde nos entregaremos a la exploración creativa, a la lectura en voz alta y a la escritura personal.
Durante dos días, compartiremos literatura autobiográfica y ejercicios de escritura para que te conectes con el entorno y tu propia identidad. Proyectamos un fin de semana de conversaciones íntimas, disfrute y descanso. Un espacio amoroso para explorar(te).
Creemos en la escritura como una forma de ver, contar y transitar la vida, en el poder transformador de la palabra. Por eso, este retiro está pensado para cualquiera que quiera escribir, da igual si ya tienes o no un hábito de escritura, si has o no publicado. Basta con que tengas el deseo de desconectarte de la vorágine cotidiana para conectar con lo que traes dentro.
Un grupo pequeño de personas
Una casa de campo
Comida casera (vegetariana)
Literatura bonita
Escribir, escribir, escribir
Compartir con otras personas
Pausa
Tranquilidad
¿Cuándo? Sábado 4 y domingo 5 de noviembre.
Si quieres conocer todos los detalles del retiro y te gustaría participar, escríbenos a esta dirección: retirosdeescritura@gmail.com.
Gracias por estar del otro lado, nos leemos pronto.
Posdata👇
Si llegaste por primera vez a este espacio y no entiendes de qué viaje estoy hablando o si lo entiendes muy bien y eres de los desesperados por una nueva edición: clic acá.
Dos sábados al mes escribimos juntos en los “Encuentros de escritura cotidiana”, si quieres darle más lugar a la escritura en tus días y quieres saber más de estos encuentros déjame tu email acá.
Unas ganas de estar más cerca para poder participar! Se ve hermoso 💜