Siempre que me siento a escribir me pasa lo mismo.
Siento que estoy partida al medio.
Desde que no vivo en Argentina se sembró una duda que se mantiene siempre del mismo tamaño, firme y que no cambia por estaciones.
Cada vez que me siento a escribir la duda me recuerda “ei, estoy acá, ¿qué vas a hacer?”. Y ahí empiezan a discutir ambas partes.
Tú o vos?
Tienes o tenés?
Aquí o acá?
Manejar o conducir?
Lenguaje e identidad.
Construimos identidad a través del lenguaje.
Somos una construcción que nace de los relatos, no propios, ajenos.
¿Cuántas de las anécdotas que te han contado en tu familia sobre tu niñez realmente recuerdas?
Yo pocas. Tampoco es que tenga una memoria brillante si hablamos de recuerdos de mi niñez, pero eso es otro tema.
Tengo un problema, decía, y si esta entrega va a hablar de esto es porque no podría seguir escribiendo como si nada sin antes advertirte que en el contenido de La costumbre de escribir vas a ver errores. Seguramente no sean errores tremendos, si bien no es que edite un montón lo que escribo porque la idea es compartir la escritura cotidiana y eso a veces, no sigue demasiadas reglas, hago una pequeña corrección antes de publicar.
Pero hay algo que siempre se me pasa, que a mi cerebro le cuesta mucho identificar.
Es que como te decía, mi mente narrativa esta dividida en dos:
La que habla en un imperativo argentinísimo, directo, pasional, mandón y a veces arrogante marcado por el vos, el tenés, el querés; y la que adquirió un español que le suena mas dulce, mas empático, mas suave y que, en la mayoría de los casos, representa mejor lo que siento, pienso y quiero transmitir.
No me malinterpretes, soy Argentina y estoy orgullosa de serlo (la mayoría de las veces), hay miles de costumbres que no puedo ni quiero cambiar y esto que me pasa no es algo que me haya tomado el trabajo de aprender o modificar.
Es que el lenguaje, a fin de cuentas, es una construcción social y como tal, su interpretación, su uso y, sobre todo, el efecto que genera en nuestros oídos, es completamente subjetivo. Obviamente, todas las lenguas tienen reglas, y aunque ya no estoy del lado del ejército RAE, intento respetarlas.
Pero, ¿A cuántas personas el italiano les parece un idioma hermoso? A mí no me gusta nada.
¿A cuántos les parece que el alemán es frío y agresivo? A mí me encanta.
La percepción que cada uno tiene sobre los idiomas es completamente subjetiva. Casi todos los que más o menos sabemos algo de inglés tenemos una preferencia por el estadounidense o por el británico. A mí con el español me pasa igual, tengo mis preferencias y me genera muchos sentimientos.
Sé que es porque es mi lengua nativa, la que conozco en profundidad y de la cual puedo distinguir el país casi automáticamente.
Pero una cosa es identificar detalles del idioma, y otra muy distinta es que modifiques el tuyo.
En el 2018 y el 2019 viví viajando por el mundo. Hablé la misma cantidad de inglés que de castellano. Al cabo de pocos meses, había palabras que solo me salía decir en inglés.
Cuando el inglés empieza a ocupar más espacio en tu vida, va ganando terreno. Calculo que si te vas a vivir a un país en el que se hable otro idioma pasará lo mismo. En nuestro mes en Francia hubo palabras que me empeñé en aprender a pronunciar (sin éxito, claro). Y aunque en los cuatro meses en Italia no tuve la mínima intención de aprender el idioma, aún hay “expresiones” que se me siguen apareciendo en la cabeza cuando me cruzo con un italiano por la calle.
Sin ir más lejos, lentamente empiezo a incorporar el catalán en mi día a día (no tanto como quisiera pero ahí vamos, ténganme paciencia)
Pero uno nunca espera que si está en un país en el que supuestamente se habla el mismo idioma, el propio pueda cambiar tanto. Bueno...
El problema no es que ahora digo fresas en vez de frutillas, aunque mi amigo Lucho se indigne.
Ni que me acostumbre a pedirle a Mar que se mueva, para no usar el verbo que en argentina usamos para pedirle a alguien que se haga a un lado.
El problema empezó (en mis cuadernos, pues solo lo hablé conmigo misma) cuando me empecé a preguntar si no debería hacer un esfuerzo por mantener mis palabras argentinas siempre que fuera posible o , por el contrario, si no debería esforzarme mas para no mezclar en una misma oración “vos, tu, aquí y acá” 🤪.
Algunos pensarán que pienso demasiado, que cuestionarse algunas cosas esta bien, pero que a mí se me esta yendo la mano. Y si bien no están equivocados, hay un factor que quizás debería haber aclarado: TRABAJO EN COMUNICACIÓN. Eso hace que haya llegado a todo este lio de cuestionamientos, preguntas, respuestas y dudas. ¿CÓMO DEBERÍA ESCRIBIR?
La incomodidad.
Mi pensamiento mas habitual es que está bien que mi lengua cambie, estoy inmersa en otra cultura, en otra sociedad y es normal que vaya adoptando palabras y expresiones que no acostumbraba a usar. Ya les tocará a mi familia y amigos de toda la vida aceptar que ahora le digo fresas a las frutillas y aguacate a la palta.
Pero tampoco es ese el problema, a ver, que no es que haya un PROBLEMA, pero mis mayores dudas aparecen acá, en este momento en el que me siento frente al teclado con la página en blanco y tengo que empezar a elegir cada palabra.
Mi problema aparece cuando quiero difundir mi escritura y siento que es un desastre porque no me decido en qué español escribir.
La escritura es la herramienta que tengo a mi alcance para entender lo que me pasa, lo que siento, lo que pienso (además de la terapia, claro). Y esto que puede parecer una pavada, por momentos a mí me parece un problemón. Me parecía muy fuerte decir en la primera entrega “miren que este espacio contiene errores”. Pero pensándolo bien, tampoco podía seguir mucho tiempo mas sin escribir sobre uno de los temas que más escribo en mis cuadernos: mis cambios y transformaciones.
Lo procrastiné bastante, quería publicar esta entrega hace semanas. Pero no pude.
Un poco porque estoy con mil cosas en la cabeza, pero en el fondo, creo que es por ese miedo a la vulnerabilidad.
Vulnerabilidad, incomodidad y escritura.
No es fácil como comunicadora, reconocer que hay algo que no me hace sentir cómoda en mi forma de comunicar. Y en este último tiempo la pregunta que me daba vueltas en la cabeza era “¿Si en estos tres años no pude llevar ni mi escritura ni mi forma de hablar al español de España, al tú, al tienes, al puedes, no debería reconciliarme con el imperativo mandón argentino?” (lo digo con humor)
No hay una respuesta correcta. Lo que sé es que este es un tema que me genera incomodidad, y desde la incomodidad escribo.
La incomodidad es de los estados que más ansiedad pueden generar, pero también es un gran disparador de escritura.
Es que la incomodidad nos enciende la mecha de la creatividad.
En la incomodidad empezamos a buscar desesperadamente una solución, algo que para nosotros aún no exista, que no estemos teniendo en cuenta en ese momento.
La creatividad nos lleva a nuevas formas de pensar. Creatividad es cambiar de perspectiva, unir puntos que nunca antes habíamos imaginado que podían vincularse.
Una de las primeras cosas que le escuché decir a Lucas, una de las personas más creativas que conozco, fue que “La creatividad construye identidad”. Creo que desde ese día supe que en una mis primeras entregas iba a hablar de esto. Es que ¿qué representa a nuestra identidad tanto como lo hace nuestro uso del lenguaje?
Mis cambios en el uso de mi lengua no fueron más que el reflejo de uno de todos mis cambios internos. En mi caso, muchos de esos cambios o no saber cómo gestionarlos, me generaron una incomodidad. Esa incomodidad, me llevó y me lleva a pensar creativamente, a construir mis herramientas, a prestar atención a cómo me relaciono con el entorno.
Al papel
Hoy te invito a que busques en tus incomodidades, en las pasadas, en las que te hayan marcado o en las que estes atravesando. Siempre aparecen situaciones, personas, desafíos que nos incomodan, que nos generan más preguntas que respuestas.
Algunas pasan desapercibidas, otras nos marcan para siempre.
Elige una incomodidad y escríbela.
Ponle un título, o empieza haciendo una afirmación.
“Me incomoda la posibilidad de mezclar vos, tú, tienes y podés en una misma oración.”
“Me incomoda tener X conversación con X persona.”
“Me incomoda decir que no a X plan.”
“Me incomoda vestirme de X manera.”
“Me incomoda X temperatura.”
Que eso sea solo el inicio. Continúa escribiendo todo lo que puedas sobre esa incomodidad, deja registradas todas las preguntas que surjan, las justificaciones, las razones, y lo que creas que hay detrás de todo eso.
Si te animas, deja en comentarios ¿qué te está incomodando hoy?
Gracias por estar del otro lado, nos leemos pronto.
A mí me incomoda, que no entiendan en el humor. Jaja muy buena tu carta
Hola, Carla, que linda carta
Me reí mucho, te entiendo perfectamente. Mi hermana vive en Barcelona hace treinta años, y cada vez que viene a la Argentina pierde el mechero, me indica donde está la gasolinera o me pide que no me enfade si… Me acuerdo de una escena hace años: mi mamá quería hacer el dobladillo (no los bajos) a un pantalón de mi sobrino catalán. Elle le decía Pablito, parate y él se quedaba quietito, sin moverse pero sin ponerse de pie hasta que se lo tradujo su mamá.
No pensé que lo que para nosotros es fuente de chistes o comentarios divertidos pudiera ser realmente un problema para alguien que quiere comunicar cosas y que la entiendan todos.
Para mí, si el mensaje es claro, se entiende aunque haya palabras que no usamos igual
Y me gusta la idea de usar la incomodidad como disparador. Se me ocurren varias y voy a ver qué sale
Un beso