Los males del mundo y las opiniones que nadie nos pide.
Admirar a una maestra y aprender de ella incluye, a veces, sacarla de contexto y cuestionar sus enseñanzas.
Si Hebe Uhart tuviera la posibilidad de leer esta newsletter desde el más allá, probablemente pensaría que es bastante mala. En especial si leyera la última entrega en la que básicamente me la paso hablando de por qué odio un dicho universal (que después de todo si es universal es porque tiene sentido para muchas personas ¿o no?).
Conté hace poco que había vuelto a leer a Hebe Uhart como una desquiciada. Conocí su trabajo hace muchos años y en ese momento me obsesioné. Después aparecieron otros autores, otras lecturas, mi propio camino y la abandoné un poco.
En Argentina volví a leerla con adicción, no porque encontrara en sus consejos de escritura algo nuevo. Creo que lo que más me atrae y me atrapa es la simpleza, esa habilidad de decir lo que se quiere decir sin necesidad de recurrir a un lenguaje sofisticado, difícil. Directa, al hueso, sin anestesia.
Podría hacer entregas enteras hablando de ella y de los registros que existen de sus clases de escritura. Pero al menos por ahora, no es mi intención hacer reseñas de mis lecturas.
Después de semanas de leer entre suspiros por lo atinadas que me resultan sus frases, su forma de decir las cosas. Después de sentirme como teniendo la posibilidad de presenciar sus clases de escritura sin ser eso posible, encontré algo que me hizo ruido:
“Escribir no es hacer discursos ni opinar sobre los males del mundo, sino comunicar.” Dice Hebe.
Y sí, lo entiendo. Entiendo su punto, en especial porque esta afirmación le sigue a otra que dice que quien escribe no debe resolver problemas sino plantearlos, ponerlos sobre la mesa, y por supuesto que estoy de acuerdo con esto.
Pero recortemos esta frase “no hay que opinar sobre los males del mundo”.
Por supuesto que cuando uno crece como escritor va adquiriendo cada vez mas herramientas y, principalmente, cuando el objetivo es publicar (una novela, cuento, lo que sea) hay ciertas normas que se deben seguir. Se busca calidad literaria, se busca ser leídos.
Pero hay otra escritura, hay una escritura personal o incluso hay una escritura que apunta a llegar a lo público pero que en un comienzo necesita de esas opiniones. Estas formas de escribir necesitan de esos males que provocan en cada uno emociones de lo más variadas.
¿Qué es el arte si no tiene emoción?
A veces esos males son lo que nos quita el sueño y si bien nuestras opiniones al respecto pueden no sumar a una creación literaria, sacarlo de adentro, verlo en perspectiva, como cualquier cosa que nos pasa, termina construyendo esa caja de herramientas personal.
Si hay un mal en el mundo sobre el que necesitamos expresarnos, porque nos lo piden las vísceras de nuestro cuerpo debemos hacerlo, debemos seguir ese impulso. Todo lo que sacamos de adentro para volcar en un diario, luego puede transformarse. Más tarde o más temprano, todo se transforma.
Es necesario escribir sobre todo, ya habrá tiempo después de pulir, incluso si eso que empezamos a escribir no tiene calidad literaria, como mi última entrega de newsletter, es necesario escribirlo, mover las manos al ritmo de la escritura. La escritura es, ante todo, un ejercicio físico.
¿Qué pasa si cuando estamos incorporando el hábito, luchando contra las fuerzas de la procrastinación y el síndrome del impostor nos chocamos con una lista enorme de lo que NO DEBEMOS hacer cuando escribimos?
Lo que pasa es que encontramos excusas para seguir sin escribir, lo que pasa es que nos bloqueamos. Identificamos en nuestros textos toda esa exagerada cantidad de adjetivos calificativos (entre otras mierxjk) y nos convencemos de que la escritura no es para nosotros.
Pero a escribir se aprende. Ya habrá tiempo para recortar. Ya habrá tiempo para, después de páginas y páginas repletas de reflexiones y emociones personales, entender que eso que escribimos no le importa a nadie y no atraerá la atención de ningún lector. Nadie quiere que abandonen la lectura de sus libros y a muchos nos gustaría escribir como nuestros más grandes ídolos literarios. Pero a veces hay que empezar con menos exigencias, porque la mayoría de las veces, no nos sentamos a escribir para publicar un libro, la mayoría de las veces, estamos escribiendo cosas que no leerá nadie nunca jamás.
La mayoría de las veces estamos escribiendo para nosotros mismos, y ahí, podemos darnos todos los permisos que sean necesarios, no hay RAE ni maestro que pueda frenarnos.
Esto fue todo por hoy, una reflexión, una invitación a escribir, sin importar lo que se supone que está bien.
Que tengas un domingo de al menos un ratito de escritura.
Nos leemos.
Car
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😉 gracias por escribir y compartir