Las últimas semanas escribí más que en los últimos 3 años. Tengo borradores sobre mil temas. Tengo escritas publicaciones para este espacio que salieron de sesiones de escritura a presión como ésta que alguna vez publiqué, y otras que tienen que ver con temas sobre los cuales estoy leyendo. También estoy leyendo mucho, aunque nunca me parece suficiente, nunca estoy leyendo tanto como me gustaría.
Este año me amigué con la idea de que en mi vida no puede estar sucediendo una sola cosa a la vez. Necesito tener varios proyectos al mismo tiempo, necesito y quiero poder darle un lugar a todo lo que me hace bien y a todo lo que me gusta hacer. Entiendo que hasta llegar a encontrar el balance viable tengo que pasar por una especie de caos, creo que estoy precisamente en esa etapa. También me doy cuenta, que mi día a día necesita cierto orden y hábitos para poder con todo lo que quiero y no caer en eso que tan fácil se me hace que es el multitasking. Ya sé, ya sé que el multitasking es una basura, que es el camino a la procrastinación eterna. ¿No te digo que tengo mil borradores sin publicar? Ese es el lado B de querer trabajar en varias cosas a la vez.
Hoy siento que puedo poner en palabras esto, que hasta hace pocos días era una bola enredada en mi cabeza, gracias a un regalo que me hice.
Venía de meses sintiendo un cansancio extremo. Un cansancio acumulado, viejo, vencido, putrefacto. Estaba aturdida (la vida de ciudad me tiene un poco así pero ese es otro tema) y sentía que había sólo dos opciones de descanso que podían servirme: uno era anotarme para hacer una vez más el retiro de meditación vipassana de 11 días (el cual tengo muchas ganas de repetir), otro era tomarme una semana para irme sola a la montaña, sin teléfono, sin ordenador, con cuadernos y algún mini kit de papelería para hacer journaling. El cansancio era tan extremo que sentía que solo podía recuperar energías con una pausa igual de extrema. Los dos me siguen pareciendo PLANAZOS, pero en el medio apareció otra opción, una invitación a la que no quise resistirme.
El viernes me subí a un avión rumbo a Málaga, una ciudad que no conocía, que nunca me había llamado demasiado la atención, pero el destino daba igual. La fuerza que me impulsó a salir de la cama a las 5 de la mañana era la de saber que estaba yendo a encontrarme con tres de las ocho maravillosas mujeres que conocí este año en Japón.
En mis páginas matutinas del viernes escribí:
“Se supone que las páginas matutinas deben hacerse antes de recibir cualquier estímulo y de corrido, sin pausa. Pero calculo que está bien adaptarse cuando se tiene que tomar un vuelo muy temprano y te encontrás sentada en el aeropuerto tomándote un café (…). Me disperso, el aeropuerto tiene demasiados estímulos. Freno la escritura, me dan ganas de escribirles a mis amigas de toda la vida a las que también veré pronto. También subo una historia en Instagram. Julia Cameron, perdón pero me tomé el atrevimiento de hacer algunas adaptaciones a esta bendita práctica de escritura matutina. Estoy dispersa. Es que este viaje significa muchas cosas.
De golpe levanto la vista, miro hacia afuera y es como si alguien hubiese encendido una luz tímida. Pienso en lo oscuro que estaba el cielo cuando salí de casa y pienso ahora, en eso que dicen del cielo, que su momento de mayor oscuridad es ese justo antes del amanecer.
(…) Este viaje, decía, significa muchas cosas, significa un descanso y significa un reencuentro con personas a las que quiero demasiado si lo mido en comparación a la cantidad de tiempo que hace que nos conocemos. ¿Seis meses es poco o mucho tiempo? El tiempo es algo curioso.”
Seguí escribiendo hasta el último minuto antes de embarcar, que fueron bastantes teniendo en cuenta que soy de los que esperamos sentados y nos negamos a hacer fila para entrar a un medio de transporte cuyo lugar tenés numerado y asegurado. Escribí sobre lo que veía que pasaba a mi alrededor, sobre las personas que llamaban mi atención, sobre la familia de argentinos, el grupo de amigas de despedida de soltera, la chica embarazada que a penas podía caminar, el café horrible típico de aeropuerto, las conductas que veo que se repiten en personas que son de un país o de otro (me sigo divirtiendo con la simple observación de los gestos italianos al hablar).
Me subí al avión, saqué de mi mochila el cuaderno y el libro que me llevé para tenerlos a mano. Nunca sé de qué voy a tener ganas durante el vuelo, porque ante todo está mi estúpido miedo a volar.
Una vez pasado el peor momento, los primeros 15 minutos en los que espero una muerte inminente, me puse a leer pero enseguida tuve que abrir el cuaderno para continuar.
Terminé a pocos minutos de comenzar a descender.
“En 20 minutos mas o menos aterrizamos. Me desperté a las 5, a las 6:40 estaba en el aeropuerto después de 1 hora de metro. Despegamos a las 9 y a las 10:30 estaré en suelo andaluz. Viajo a pasar un fin de semana con personas que conocí hace menos de seis meses y que extraño tanto como a mis amigas de toda una vida. Dentro de un mes me reencontraré con ellas y estaremos las cinco juntas. Encuentro que no sucede desde hace seis años.
El tiempo es una cosa extraña, una medida relativa. ¿Qué es el tiempo?, me pregunto.”
Existía la posibilidad de que esa fuera la última vez que tocase mi cuaderno hasta el siguiente martes, cuando amaneciera nuevamente en mi casa, en mi cotidianidad.
Siempre que uno viaja, se mueve, existe la posibilidad de no poder con ciertas cosas. A decir verdad, ya no me culpo cuando pasa, si dejo que me pase a consciencia.
Pero lo que siguió fueron tres días de paseos lentos, de comida típica, de brindis, de lectura, de amaneceres cálidos, de mar fresco, de mosquitos, de risas con el cuerpo completo, de picnic en la playa, de conversaciones profundas, de mucha escritura compartida, de vida compartida.
Creía que para la intensidad de mi cansancio, necesitaba un descanso basado en un aislamiento extremo. Pero lo que en verdad necesitaba, eran conversaciones con esa misma intensidad, esa que te pone con los pies en el presente.
Continuará….
Gracias por estar del otro lado, nos leemos pronto.
P.D.: Empecé a escribir esto un jueves por la mañana, lo terminé en la mañana del viernes. Planeaba enviarlo hace dos horas, pero en un acto desesperado agarré una bicicleta eléctrica pública para hacer un tramo que siempre hago caminando. Por ahorrarme 5 minutos, si, CINCO, agarré una bicicleta. A la bicicleta le fallaron los frenos, tuve un accidente, tuve que ir a un hospital. Estoy bien, pero llegué a casa dos horas más tarde. El tiempo…. qué cosa curiosa el tiempo.
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